lunes, 8 de marzo de 2010

La maestra más grande que me ha dado la vida

Antes, cuando era niña, los maestros eran los que se paraban frente al pizarrón, enseñaban matemáticas, historia, español, ciencias naturales, etc. Entonces era más fácil, el chiste era poner un poco de atención, estudiar para los exámenes y hacer las tareas (casi todas). Si cumplía con estos requisitos medianamente bien, la libraba.

Nunca fui una alumna ejemplar, yo no sé lo que es estar en un cuadro de honor, o en la escolta -Eso es para matados- pensaba. Pobre de la maestra Lupita, le saqué canas verdes con mis preguntas y mis confrontaciones.

En la carrera, hacía tours en los cubículos de mis profesores pidiendo prorrogas para entregar mis trabajos, me pasaba noches enteras sin dormir por hacerlos siempre al último momento, sobornaba a la señorita de las copias para que me engargolara rápido mi trabajo y, con las hojas todavía calientitas de la impresora, subía corriendo a entregarlo.

Hoy es tan diferente, los maestros no visten saco de pana con parches en los codos, ni tienen un pizarrón detrás, hoy no se distinguen tan fácil. Ahora vienen de uno por uno o en bola, te enseñan la lección y se van sin avisar, no hay examen ni trabajo, nunca estoy completamente segura de haber aprendido. Ahora es necesario poner atención todo el tiempo, ahora sí quiero ser del cuadro de honor.

En esta escuela, la de la vida, mi maestra favorita es mi sobrina Ana Sofía. Todos los días me enseña a luchar sin rendirme, a poner la mejor cara posible ante las peores situaciones, a aceptar lo que hay y a amar libremente entre muchas otras lecciones. Deseo con todas mis fuerzas aprender de ella hoy, mañana y siempre. Deseo con todas mis fuerzas que salga adelante para contarle esta historia y muchas otras. Deseo con todas mis fuerzas que siga aquí por muchos, muchos, años.

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